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miércoles, 27 de noviembre de 2013

La lucha de puertos en el Río de la Plata

La situación actual y las actuales presiones de los gobiernos argentinos sobre el Uruguay no son más que la continuación de rivalidades portuarias antiguas, nos explica el profesor Mario Dotta Ostria, en su interesante artículo:


Desde la época colonial, y más precisamente desde la fundación de Montevideo (1724-1730), se procesaría por casi tres siglos y hasta nuestros días, las rivalidades económicas, mercantiles y portuarias, que aún padecemos, sobre todo el Uruguay, pequeño, pero digno país que debe soportar presiones de un país poderoso como la Argentina, y también del Brasil.

De la fundación de Buenos Aires al Virreinato (1680-1796)

Ya desde la segunda fundación de Buenos Aires por Juan de Garay en 1580, y a partir de esa fecha, el puerto bonaerense sería paulatinamente sede de un núcleo en el que se concentraban los negocios, incluyendo los originados en el contrabando por la que entraban mercancías provenientes de países rivales de España, como Inglaterra y Portugal, en cuya dinámica y desde muy temprano comienzan las luchas por la hegemonía.
La ciudad madre fundadora de ciudades en la gran comarca rioplatense, Asunción del Paraguay, fundada en 1537, situada en el corazón de la misma, en busca de las “puertas de la tierra”, fue realizando fundaciones hacia el bajo Paraná que eran a su vez puertos fluviales: Santa Fe en 1572, Buenos Aires en 1580, Corrientes en 1588.
Desde muy temprano y sin que estuviera manifiesto algún vínculo fraternal con la ciudad madre, Buenos Aires trató de utilizar su relativa ventajosa ubicación cerca de las bocas del Paraná, para adueñarse de las ventajas que proveía el comercio litoraleño, perjudicando otros intereses como los de Córdoba, cuya producción podía salir más cómodamente al comercio de ultramar a través del puerto de Santa Fe, que había sido fundado ocho años antes del de Buenos Aires y que tuvo que decaer, cambiar de lugar, hasta desaparecer por las presiones de éste.
En ese período el gobierno de toda la región -incluido Buenos Aires- se ejercía desde Asunción, capital de la Gobernación del Paraguay, situación que se mantuvo hasta 1617, cuando se creó la Gobernación de Buenos Aires.
A partir de ese momento, la nueva gobernación pasó a ser hegemónica y sede de una fuerte oligarquía comercial, ejerciendo un verdadero monopolio poderoso que abarcaba todo el territorio dependiente.
La fundación en 1680 de la Colonia de Sacramento por obra de Portugal, que a su vez era aliado de Inglaterra, lejos de ser perjudicial para la oligarquía porteña, se convirtió en fuente de ingentes ingresos provenientes de este intercambio ilegal, en el que estuvieron comprometidos hasta varios gobernadores.       
Paulatinamente, el lucro comercial se fue haciendo hegemónico por sobre la economía agropecuaria y el magro intercambio provinciano: había nacido el egoísmo portuario, que fue transformándose paso a paso en oligarquía.
Ésta situación se aprecia claramente hasta las postrimerías del siglo XVIII, en relación con la fundación de un centro de poder portuario más idóneo y mejor situado para el tráfico de ultramar: Montevideo, al que Buenos Aires trató de mantener relegado y fuera de los intercambios hasta que tuvieron lugar las reformas borbónicas, el Reglamento de Libre Comercio de 1778, que dio lugar a que Montevideo fuera uno de los puertos habilitados; también terminal del navío correo de La Coruña, y a partir de 1791, sede de introducción y mercado de esclavos para la región; todo lo cual se consolidaba con la creación del Consulado de Comercio de Montevideo, independizándose en gran parte del de Buenos Aires.

Buenos Aires contra Artigas y la autonomía provincial

Pero también con la creación del Virreinato del Río de la Plata en Buenos Aires en 1776, se afianzaba más la hegemonía política porteña, al tiempo que se incrementaban los celos y la rivalidad portuaria, en la que Montevideo por sus condiciones naturales llevaba una clara ventaja.
A todo esto hay que agregar que los celos antedichos fueron enceguecedores, al punto de ver como un peligro a su hegemonía cualquier atisbo de autonomía provincial; por lo mismo, cuando Artigas alzó el pendón del federalismo en las provincias, el Jefe de los Orientales se transformó en el enemigo público número uno para la oligarquía porteña, al punto de perseguirlo y poner a precio su cabeza.
El Reglamento de Comercio para la Liga Federal, promulgado por Artigas el 9 de setiembre de 1815 (firmado un día antes del Reglamento de Tierras para la Provincia Oriental), creaba una liga comercial portuaria igualitaria interprovincial, proteccionista, verdadero “zollverein” que atentaba contra la hegemonía comercial de Buenos Aires.

La independencia oriental

Años después, ya exiliado Artigas en el Paraguay, durante la Cruzada Libertadora de los 33 Orientales de 1825, y luego de derrotar -solo los orientales- a los brasileños en las batallas de Sarandí y Rincón, la Asamblea de las Provincias Unidas, sesionando en Buenos Aires,  reconocía la unión de la Provincia Oriental, lo que causaba el estallido de la guerra entre el Imperio del Brasil y las Provincias Unidas del Sur.
Al finalizar la contienda se determinaba en la Convención Preliminar de Paz de 1828, la Independencia oriental. Y no es verdad que la presión de Inglaterra, fuera la causa fundamental de la misma; a Gran Bretaña sólo le interesaba la paz ya que tenía -por el estado de guerra- muy dificultado el comercio, conformándose con que el estuario del Plata estuviera contenido entre dos playas de diferentes países, para sentar el principio de la libre navegabilidad, lo que se vio claro en la Convención García-Queluz (1827).
Los intereses de Buenos Aires, de espalda a los de las provincias, al no poder  vencer el espíritu del artiguismo, habían preferido entregar la Banda oriental al Imperio Portugués en 1816 pactando con los lusitanos la invasión e incautación del territorio Oriental; y luego de la guerra con el Imperio del Brasil vencido en Ituzaingó y en Camacuá, durante el gobierno de Bernardino Rivadavia, mediante la Convención García Queluz, se reflotaba la Cisplatina con la anuencia de Buenos Aires, dejando en manos del Imperio del Brasil otra vez, a la Banda Oriental; se prefería que Montevideo estuviera en posesión del Brasil y no en una de sus provincias compitiendo con Buenos Aires.

La continuidad Rivadavia, Rosas, Mitre

Además para Buenos Aires la inclusión del Uruguay, la Provincia Oriental, con su trayectoria autonómica artiguista era un fantasma a exorcizar en los momentos en que se avecinaba la organización nacional mediante una Constitución -la rivadaviana- rechazada por todas las provincias, menos -paradoja mediante- por el Gobierno Oriental, en ese momento a espaldas de los que habían propiciado la cruzada libertadora y la derrota de los invasores.
También para el Brasil, la anexión de la Banda Oriental era una papa caliente para sostenerla en sus manos: en siete años estallaría en Rio Grande do Sul la revolución de los Farrapos, republicana e Independentista que fundaba la República de Piratiní segregada del Imperio entre 1835 y 1845, secesión que podría haber llevado a una nueva formación política con la banda Oriental y el litoral mesopotámico argentino, de haber triunfado los republicanos riograndenses sobre las tropas imperiales en la lucha de una década.
La independencia del Estado Oriental, surge en el contexto de un  pueblo acostumbrado desde Artigas a deliberar y cuidar su autonomía que siempre peligraba ante los avances del unitarismo porteño; y en éste también incluimos a Juan Manuel de Rosas, disfrazado de federal que en diecisiete años de su segundo gobierno, y llevado al mismo por las esperanzas de los caudillos provinciales de hacer una Constitución verdaderamente federal, se negó siempre a dar ese paso, porque sus intereses agropecuarios en la Provincia de Buenos Aires se hermanaban con el de los intereses portuarios: su campaña del desierto luego de su primer gobierno, no sirvió para garantizar a los indios tierras, sino que para que la tierra de los indios terminaran satisfaciendo los intereses geofágicos de los estancieros bonaerenses.
Rosas buscaba recomponer el poder y extensión del antiguo Virreinato del Río de la Plata en provecho de Buenos Aires; por eso entra en guerra por el territorio boliviano con el Presidente Santa Cruz y nunca reconoció la independencia del Paraguay proclamada en Mayo de 1811, mucho antes que la de 1816 en la Argentina.
En eso no se diferenciaron las políticas exteriores de Rosas con las de Mitre; ambas pusieron en peligro la independencia del Uruguay; la de Rosas aprovechando el conflicto de la Guerra Grande; la de Mitre, y con la anuencia británica, en los prolegómenos de la Triple Alianza.
Por otra parte Mitre tampoco reconocía la independencia del Paraguay; y la propia existencia del Uruguay corría peligro, como lo muestra la prensa del momento vaticinando que la alianza entre los dos grandes, incluía la desaparición del Estado Oriental estableciéndose la nueva frontera en el Río Negro; y no sólo la prensa temía eso sino también el cuerpo diplomático con sede en Montevideo, como el Ministro francés, Martín Maillefer.
De hecho, las relaciones con Argentina, es decir, con la oligarquía de Buenos Aires, siempre fue  complicada para los orientales, sea cual fuere el gobierno allí imperante.
La isla oriental de Martín García, notoriamente uruguaya, ocupada por las fuerzas de Francia e Inglaterra durante la Guerra Grande, luego de 1852 la misma quedó en manos de Argentina que la incautó, y después Mitre artilló, para controlar el tráfico provincial y paraguayo del Paraná y el Uruguay, ya en épocas en que el autor estratégico de la Triple Alianza, Mitre, su mentor, se preparaba para llevar a cabo la inicua guerra contra el Paraguay, llevando como ladero al en ese momento -1865- “Gobernador Provisorio”, en realidad, Dictador, Venancio Flores, que supo con su actuación política poner peligrosamente por un momento en manos argentinas y brasileñas el futuro de esta nación; cosa que también se vuelve a repetir con el Presidente actual del Uruguay, José Mujica, suspendiendo al Paraguay para el ingreso de Venezuela.

La Doctrina Zeballos, la “frontera seca”. El siglo XX.

Desde fines del siglo XIX hasta la primera década del siglo XX inclusive, las relaciones entre Argentina y Uruguay tampoco fueron buenas ya que el canciller argentino Estanislao Zeballos, sentó la doctrina que todo el Río de la Plata era argentino estableciendo la frontera seca entre ambos países en costas uruguayas, acompañada esta doctrina con una parafernalia amenazante contra el Uruguay.
Esto obligó al gobierno uruguayo, en política pendular solicitar al Brasil balancear las presiones lo que se hizo estableciendo los límites definitivos en la laguna Merim, el Yaguarón, más o menos los límites actuales.
Durante el primer gobierno de Hipólito Yrygoyen, las relaciones bilaterales mejoraron, y se mantuvieron estables, pero en 1932, el aún presidente legal del Uruguay, Gabriel Terra, rompió relaciones con Argentina al ser inspeccionado un barco de guerra uruguayo en el puerto de Buenos Aires.
Durante el mandato del Presidente Alfredo Baldomir, al proponer el Uruguay durante la Segunda Guerra Mundial, la instalación de bases de los aliados para vigilar el movimiento de la armada alemana, la Argentina amenazó militarmente al Uruguay.
A partir de 1947 durante el gobierno de Luis Batlle Berres, las relaciones entre Uruguay y Argentina se deterioraron notoriamente y hubo malas relaciones durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón con fuertes medidas en el intercambio que produjeron perjuicios económicos al Uruguay y casi arruinaron el turismo en nuestras playas.
Durante el último gobierno de Perón, en 1973, coincidente con el gobierno del dictador Juan María Bordaberry, por último se concretó un tratado de límites del Río de la Plata entre Argentina y Uruguay, pero reteniendo la Argentina en su poder la isla uruguaya de Martín García, apropiada cuando los  gobiernos porteños sostenían que ellos eran los propietarios del Río de la Plata.

Un futuro de cooperación es posible

La situación actual y las actuales presiones de los gobiernos kirchneristas, sobre el Uruguay no son más que la continuación de rivalidades portuarias antiguas, pero superando las barreras del sólo plano comercial y económico, para abarcar también el psicológico y, en algunos casos, el psiquiátrico.   
Sin duda no se quiere ver la realidad surgida de todo el proceso histórico desde la colonia hasta nuestros días: la voracidad de la oligarquía porteña antes que dar pié a la construcción de una república federal tal como lo proponía José Artigas, optó por dos veces entregar una sus más importantes provincias, la Oriental, a manos primero de los portugueses y luego de los brasileños. Los mismos intereses se opusieron a una propuesta progresista para el desarrollo futuro, del Presidente Raul Alfonsín: fijar una nueva capital en la desembocadura del Río Negro, en Viedma; esas muestras de hegemonía porteña hacen aún hoy válida la propuesta de Artigas vertida en ese documento donde propone el federalismo, las Instrucciones del año XIII, en el que se propone que “sea fuera de Buenos Aires donde resida la Capital de la Confederación”.
Pero la Constitución de 1853 que aún rige con modificaciones, determinó que la capital fuera Buenos Aires, sellando así su destino futuro, el de un seudo federalismo cojitranco, en el que las provincias deben ser aquiescentes con el gobierno central, que le succiona sus riquezas, a los efectos de poder pagar los respectivos presupuestos provinciales.
El futuro de Buenos Aires y de la Argentina debería preservar las más efusivas relaciones fraternales con sus hermanos uruguayos para bien de ambos países; pero Buenos Aires, siempre obcecado, no quiere entender que como puerto el futuro solamente le depara el destino ser puerto fluvial; pero aún le queda -de mediar fraternas serias y sinceras relaciones- en los tiempos venideros, la utilización de los puertos orientales, que de mediar buenas relaciones, les depararía a nuestras naciones un futuro luminoso de colaboración, de hermanamiento, sin desplantes, sin alardes innecesarios, entre aquellos que son hermanos desde hace tanto tiempo.   
Solamente de esta manera acabaría la lucha de puertos en el Río de la Plata para transformarse en cooperación, aunque la situación actual del comportamiento del Gobierno argentino no da lugar a la esperanza.

Mario Dotta Ostria, noviembre 2013.